Desde que somos pequeños, absorbemos como esponjas lo que escuchamos y vemos, incluso cuando no va con nosotros directamente.
Comentarios por ejemplo como “no comas tanto que vas a engordar”, “qué bien te veo ahora así más delgada”, o incluso frases disfrazadas de preocupación y cuidado como “¿Te encuentras bien? Si quieres hacemos una pizza y comemos un helado”, dejan una huella.
Y cuando estos mensajes se repiten a lo largo del tiempo, pueden convertirse en uno de los múltiples factores que influyen en el desarrollo de un Trastorno de la Conducta Alimentaria.
Nuestra casa: el primer lugar donde aprendemos a relacionarnos con la comida y el cuerpo
La familia, sin proponérselo, suele ser el primer espejo en el que aprendemos a mirarnos. Y también el primer espacio donde se moldea nuestra relación con la comida.
Antes de continuar, quisiera aclarar que no se trata de buscar culpables, sino de entender dinámicas. Muchas veces, nuestros padres y cuidadores repiten patrones que también heredaron. Si crecieron en ambientes donde el cuerpo era motivo de crítica o la comida se usaba como premio o castigo, es probable que sin darse cuenta transmitan esos mismos mensajes.
Recuerdo el caso de una paciente que se crió con su abuela, que había sufrido hambruna en la guerra civil española. Su modo de comer era desmesurado desde que tenía uso de razón, porque la abuela se esforzaba en que ni ella ni nadie pasaran hambre nunca en casa.
Con los años, esto distorsionó tanto la relación que tenía con la comida que no entendía como relacionarse con ella de una manera saludable.
En casa, podemos escuchar algunos mensajes o comentarios que nos llevan a casos como este, por ejemplo:
Comentarios sobre el cuerpo propio o ajeno
“Mira qué barriga, estoy fatal con estos kilos de más.”
“¿Has visto cómo ha engordado X?”
“Esa ropa no es para tu tipo de cuerpo.”
Incluso cuando no se dicen directamente al hijo o hija, este tipo de frases modelan la idea de que el valor personal está ligado a la apariencia.
Control excesivo sobre la comida
“Cómetelo todo, hasta que no te lo termines no te levantas de la mesa.”
“Si no tienes hambre, te aguantas y comes lo que hay.”
“Si comes eso, después no hay postre.”
Estas frases pueden generar desconexión con las señales internas de hambre y saciedad, dejando en manos de otros la validación de cuánto comer y cuándo.
Uso emocional de la comida
“Si te portas bien, te doy un helado.”
“No llores, toma algo rico.”
Aquí la comida empieza a asociarse con afecto, consuelo o validación, lo que puede derivar en una alimentación emocional desregulada.
¿Cómo impactan estos mensajes en la relación con uno mismo?
Con el tiempo, todas estas ideas se integran de forma inconsciente. Ya no hace falta que nadie diga nada: la voz crítica vive dentro de uno mismo.
Esa voz puede aparecer en forma de:
- Restricción por miedo a engordar.
- Culpa tras comer ciertos alimentos.
- Autoevaluación constante frente al espejo.
- Comparaciones internas que nunca satisfacen.
Y en personas vulnerables, ya sea por historia personal, rasgos de personalidad o entorno social, estos factores pueden contribuir al desarrollo o mantenimiento de un TCA como anorexia, bulimia o trastorno por atracón.
Romper el ciclo: la conciencia como primer paso
La buena noticia es que nuestra historia familiar no determina nuestro destino. Comprender cómo nos han influido esos mensajes es una forma de empezar a tomar distancia y, sobre todo, de cambiar la narrativa.
Puedes aprender a escuchar tus señales corporales sin miedo.
Puedes cuestionar esos juicios que no te pertenecen.
Puedes hablarte con una voz más compasiva que la que heredaste.
Y si estás en un proceso de recuperación, entender de dónde vienen esas creencias puede ayudarte a avanzar con más claridad y menos culpa.
Si eres madre, padre o cuidador…
Este artículo también puede ser una oportunidad para reflexionar sobre el lenguaje que usamos frente a niñas, niños y adolescentes. No hace falta hablar directamente sobre peso o dieta para marcarles: los comentarios que hacemos sobre nuestro propio cuerpo también les llegan.
Promover una relación positiva con la comida y el cuerpo no significa ignorar la salud, sino transmitir respeto, diversidad corporal y cuidado desde el amor, no desde el miedo.
Los mensajes que recibimos en casa sobre la comida y el cuerpo pueden quedarse con nosotros durante años. A veces, esos mensajes nos enseñaron a desconfiar de nuestro cuerpo, a juzgarlo o a intentar controlarlo.
Pero hoy, como adultos, podemos comenzar a reconstruir nuestra relación con la alimentación y con nosotros mismos desde un lugar más consciente y compasivo.
Porque aunque no elegimos los primeros mensajes que escuchamos, sí podemos elegir con qué voz queremos hablarnos a partir de ahora.
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