A lo largo de mi práctica como psicóloga especializada en psicología de la alimentación, he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas que, a pesar de su fortaleza y capacidades, luchan con una presión interna constante: la de ser perfectas.
El perfeccionismo, lejos de ser una cualidad admirable, puede ser el detonante de profundas dificultades emocionales y conductuales, especialmente cuando se trata de la relación con la comida y el cuerpo.
Si eso del “mejor hecho que perfecto” no es algo que resuene demasiado contigo, este artículo es para ti.
Hoy quiero hablarte sobre el rol del perfeccionismo en los trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Porque, no sé si lo habías pensado, pero ese perfeccionismo no te lleva simplemente a querer hacerlo todo bien, sino que se puede llegar a convertir en una búsqueda incesante de alcanzar estándares imposibles (con las consecuencias que esto tiene).
Vamos a verlo.
Perfeccionismo y TCA, ¿cómo se relacionan?
El perfeccionismo se caracteriza por la tendencia a establecer expectativas extremadamente altas para uno mismo y por una autoevaluación rígida. Aquellas personas que luchan con esta particularidad suelen sentir que lo que hacen nunca es suficiente, que siempre pueden ser más «perfectas».
En el caso de los TCA, este perfeccionismo se manifiesta a menudo en el control excesivo de la comida, el peso o la forma corporal.
En consulta, es común encontrar que muchas personas con trastornos alimentarios presentan rasgos de perfeccionismo desde edades tempranas. Son personas que destacan por ser muy responsables, cuidadosas, y que buscan la aprobación constante de los demás.
Sin embargo, esta necesidad de control y de alcanzar ideales inalcanzables suele centrarse en su cuerpo y su alimentación como una forma de gestionar el miedo a no ser lo suficientemente buenas o valoradas.
De ahí que el perfeccionismo en los TCA pueda aparecer de muchas maneras: desde seguir dietas extremadamente estrictas y «perfectas», hasta la necesidad de controlar obsesivamente cada aspecto de la comida. Este comportamiento se intensifica porque, en una sociedad donde el cuerpo idealizado es sinónimo de éxito y valía, las personas con tendencia al perfeccionismo sienten una presión aún mayor por cumplir esos estándares.
Sin embargo, la trampa del perfeccionismo es que nunca se siente suficiente. El «peso perfecto», el “cuerpo perfecto” o la «dieta perfecta» siempre parecen estar fuera de alcance, y la insatisfacción crece. Esto provoca que la persona se sumerja más en comportamientos restrictivos, compensatorios o dañinos, buscando esa sensación ilusoria de control y éxito.
¿Sientes que tu perfeccionismo te afecta? Toma acción
Durante todos estos años he trabajado con muchas personas que luchan con el perfeccionismo, donde la autoexigencia, el miedo al fracaso y la búsqueda de aceptación los llevan a desarrollar una relación muy dañina, entre otras cosas, con la comida y su cuerpo.
La idea de que deben ser perfectas en todo (por supuesto, incluyendo su apariencia física) las encierra en un ciclo interminable de insatisfacción y autocrítica.
Una idea que veo en muchísimas ocasiones es la creencia errónea de que, si logran alcanzar cierto peso o seguir una dieta de manera impecable, se sentirán más seguras o queridas.
Ni te imaginas la cantidad de veces que me he encontrado con frases del tipo: “estoy esperando a adelgazar para hacer X” o “cuando consiga el cuerpo que quiero todo será más fácil/seré más feliz/todo irá bien”, etc.
Sin embargo, el perfeccionismo actúa como un juez implacable que siempre encuentra fallos, reforzando la sensación de no ser suficiente.
Si te reconoces en algunos de los rasgos del perfeccionismo o sientes que estas dinámicas están afectando tu relación con la comida y el cuerpo, quiero compartir algunos pasos prácticos para comenzar a trabajar en este patrón:
- Acepta que la perfección no existe: este es el paso más difícil, pero también el más liberador. La perfección es una ilusión, especialmente cuando se trata de nuestro cuerpo y alimentación. No es posible ser perfecto, ni es necesario serlo para sentirte valioso.
- Practica la autocompasión: en lugar de enfocarte en lo que percibes como fallos o errores, intenta hablarte de manera compasiva y amable. Reemplaza la autoexigencia por frases como «estoy haciendo lo mejor que puedo» o «es suficiente tal y como soy».
- Permítete cometer errores: parte de vivir de manera saludable y equilibrada es entender que cometer errores es parte del proceso. No pasa nada si un día te desvías de una dieta o no te ves como te gustaría. Aprender a aceptar estas fluctuaciones es clave para romper con el ciclo del perfeccionismo.
- Identifica tus valores reales: a veces, el perfeccionismo en la imagen corporal oculta una necesidad más profunda de validación o amor. Pregúntate: ¿cuáles son mis valores más importantes en la vida? ¿Qué me hace sentir una persona plena, más allá de mi apariencia física?
- Busca apoyo: trabajar el perfeccionismo puede ser un proceso largo. Por eso, puede venirte bien buscar apoyo de personas que te entiendan, ya sea amigos, familiares o profesionales de la salud mental.
Si el perfeccionismo ha estado influyendo en tu vida, hoy puede ser el día para comenzar a cambiar esa narrativa. No necesitas cumplir con estándares imposibles ni ser perfecto para ser suficiente. Reflexiona sobre las áreas en las que el perfeccionismo te está afectando y toma pequeños pasos hacia una mentalidad más compasiva y flexible.
El camino hacia la autoaceptación y una relación más saludable con la comida y tu cuerpo empieza por pequeños pasos, como este. Recuerda que no necesitas ser una persona perfecta para ser valiosa, simplemente por estar aquí y ahora, ya lo eres.
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