¿Alguna vez has oído hablar de las calorías emocionales?
Podríamos definirlas como aquellas calorías que ingerimos para intentar solucionar los momentos de desestabilidad emocional.
Es un concepto que aparece en el libro La Despensa Emocional de Rosa Calvo, una lectura muy interesante que analiza la dimensión psicológica de la conducta alimentaria y del peso.
Que la comida está íntimamente relacionada con las emociones y los pensamientos seguro que lo sabes. De lo que a lo mejor no eres del todo consciente es de la dimensión afectivo-emocional que le das a los alimentos.
Porque no, no somos solo un cuerpo físico que tiene hambre y necesita ser alimentado. También somos pensamientos, emociones, sensaciones, y muchas veces comemos para esa esfera de nosotros mismos, y no tanto para la parte física.
Esto explica por qué cuando nuestra despensa emocional tiene vacíos, tendemos a recurrir a las calorías emocionales para llenarla.
Vamos a verlo con más detalle.
Las calorías emocionales y la despensa emocional
La comida y las calorías emocionales están íntimamente ligadas, y si lo piensas detenidamente, tiene todo el sentido del mundo.
Una de las primeras experiencias positivas que todos vivimos al nacer es comer.
Porque comer, además de quitarnos esa sensación desagradable de hambre y saciarnos, trajo asociado contacto físico, calor, atención, cariño y un conjunto de impresiones satisfactorias que hicieron que instintivamente quisiéramos repetirlo una y otra vez.
Esta puede ser la explicación por la que cuando no nos sentimos bien por la razón que sea, tendemos a recurrir a la comida como primer recurso. Porque es fácil, inmediato y además asociamos ese ritual de comer con la tranquilidad y el placer que vivíamos cuando éramos bebés. Lo llevamos impreso.
El problema cuando esto se termina convirtiendo en el único recurso con el que se afrontan los momentos incómodos.
Que la comida sea el parche que ponemos para tapar el dolor no nos ayuda a gestionarlo, simplemente lo deja “para después”, y esto no nos beneficia en ningún caso. De hecho, corremos el riesgo de que se convierta en un bucle destructivo: a peor me siento, más como, por lo que peor me siento, y por lo que más como todavía.
Y es entonces cuando la comida muchas veces se termina convirtiendo en la única vía de escape de la que dispone una persona.
Porque cuando no sabes qué hacer para llenar tu despensa emocional, cuando no tienes nada que realmente te complazca, cuando poner ese parche es lo único que puedes hacer hoy, el acto de comer es lo único que tienes a tu alcance para escapar, aunque sea por un rato.
Causas del hambre emocional
El primer paso para abordar un problema de hambre emocional es ser consciente de que se tiene un problema, y tratar de encontrar de dónde proviene exactamente.
Una de las causas que más se repiten entre nuestros pacientes en consulta es el vacío interior.
Cuando sientes que te falta algo en la vida, que aunque aparentemente lo tienes todo, no sientes satisfacción, es común refugiarse en la comida.
Comer, además de para sobrevivir, nos sirve para disfrutar y para evitar emociones negativas.
El problema, como veíamos, llega cuando no se tienen fuentes de disfrute más que la comida. O cuando sentimos que no merecemos nada placentero, y no nos permitimos disfrutar de la comida, y si nos lo permitimos, nos castigamos después.
También el estrés o tensión es otra de las causas del hambre emocional que suelen repetirse.
La comida nos libera de la tensión. Termina con la sensación desagradable que genera el hambre, nos entretiene por un rato, nos da el permiso de parar unos minutos todo lo que estamos haciendo para comer.
Por ese motivo, cuando no tenemos estrategias de regulación emocional sanas, pensamos que cada vez que tengamos tensión, la aliviaremos comiendo.
Después de un enfado o de un disgusto, comida. Tras una discusión o ruptura, comida. Ante una situación estresante en el trabajo, comida.
La comida se convierte en una especie de anestesia emocional, una herramienta para poder parar por un rato la mente, y poder sentirse bien por unos instantes.
El asunto es que, como tal vez ya sepas, la comida no llena ese vacío, ni soluciona ese disgusto, ni acaba con la situación que te genera estrés.
La comida no es la solución para acabar con eso, lo es aprender recursos con los que afrontar ese tipo de situaciones sin tener que recurrir a la comida.
¿Qué puedes hacer entonces ante el hambre emocional?
Si leyendo estas líneas has detectado que puedes tener un problema de hambre emocional, mi primera recomendación es que no te autodiagnostiques y consultes con un profesional.
Infinidad de veces llegan a consulta personas que han leído en internet artículos y han tomado decisiones erróneas, siguiendo consejos poco o nada recomendables.
Me sorprende que en muchas ocasiones el hambre emocional y la ansiedad por comer se intentan tratar mediante dietas restrictivas que lo único que hacen es agravar el problema aún más.
Por eso, es muy importante observar la situación con perspectiva, teniendo en cuenta tu contexto, tu historia y las respuestas emocionales que traes aprendidas.
Después, será necesario adquirir nuevas estrategias que te ayuden a gestionar tus emociones de manera sana.
Y conseguir esto no es sencillo sin apoyo, ni se consigue siguiendo una dieta. Se necesita un trabajo profundo con el que resolver la dificultad psíquica que te lleva a lo mismo una y otra vez, e integrando un nuevo patrón de alimentación regular y permanente con hábitos saludables que puedas mantener en el tiempo.
Mi equipo y yo podemos ayudarte a lograrlo. Mira aquí toda la información sobre cómo trabajamos, y reserva tu primera cita.
Y recuerda: ante todo, no te culpabilices. Lo estás haciendo lo mejor que puedes con los recursos que tienes ahora mismo. Si quieres ver un cambio, aprende aquellos recursos para afrontar la realidad desde otro enfoque.
Es posible.
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