Recurrir a la comida es un acto común.
Después de una discusión, de un día estresante en el trabajo, del agobio por los mil pendientes que tenemos, del aburrimiento de no tener qué hacer el fin de semana… Abrimos el armario y devoramos un paquete de galletas, de patatas fritas o de cualquier otra cosa que encontremos por casa, generalmente alimentos bastante calóricos.
Y lo hacemos como si fuera un antídoto contra esa sensación incómoda que nos invade, aunque en el fondo sepamos que es un antídoto inútil.
Porque estoy casi segura que tras terminar de arrasar con todo, no te has sentido mejor. Tal vez momentáneamente haya sido una vía de escape, sí, pero después seguramente te sientes peor que antes, y encima con pesadez en el estómago y sensaciones más negativas que al principio.
La pregunta entonces es: ¿por qué volvemos a recurrir a la comida una y otra vez ante las emociones incómodas?
La respuesta es simple: porque la comida no es solo comida.
La comida es un vehículo
Si piensas por un momento el motivo por el que comes en tu día a día, seguramente te vengan a la mente respuestas como: porque tengo hambre, porque necesito alimentarme, porque hay que comer…
Nuestro comportamiento alimentario lo regula el hipotálamo, encargado de recibir e interpretar señales homeostáticas y fisiológicas (como la existencia de nutrientes en la sangre) pero también señales hedónicas, que son las que envían los sentidos al percibir los alimentos o las hormonas secretadas por el placer, además de otras medioambientales fruto del estrés, de la ansiedad, el cansancio…
De ahí que si vamos un poco más allá, te des cuenta que comes lo que comes también como forma de celebrar, de recompensarte, y también de castigarte.
La comida es un vehículo a través del cual recibimos afectos, o dejamos de recibirlos.
Gracias a la comida aliviamos la tensión que produce el hambre, recibimos seguridad, satisfacción, compañía y amor.
Y esto viene de nuestros primeros momentos de vida.
Desde bebés, a través del pecho de mamá o del biberón nos llegaba el alivio a nuestro llanto, éramos atendidos, protegidos, amados.
Más adelante, los alimentos siguieron formando parte de nuestras vidas. Determinadas comidas asociadas a momentos felices, otras a momentos desagradables.
En algunos casos la comida era un premio cuando éramos pequeños, o un castigo (seguro que te suena el “hasta que no te lo termines no te levantas de la mesa…” o el “si no te lo cenas ahora, te lo desayunas mañana”.
Eso hace que tengamos preferencias o aversiones alimentarias basadas en las emociones del pasado relacionadas con esas comidas: las huellas en nuestros recorridos neuronales y las áreas afectivas permanecen para siempre en nuestro aparato psíquico.
Esto es lo que explica que si un alimento está asociado a un instante de tu vida en el que te sentiste bien, feliz, en calma, recurras a él para llenar vacíos, consolarte y sentirte mejor.
Posiblemente, no recurras a unas judías verdes rehogadas ante un momento de estrés, pero sí te plantees opciones como dulces, embutidos, snacks salados, comida rápida…
Recurrir a la comida no es la solución
Ya hemos visto qué hay detrás del motivo por el que podemos recurrir a la comida ante sensaciones incómodas, pero no hemos analizado las consecuencias que este tipo de conductas pueden traer a tu vida.
La primera no es ninguna sorpresa, y se trata de un aumento de prácticas de sobreingesta (atracones, picar entre horas…) que pueden desencadenar en un aumento de peso y/o en trastornos de la conducta alimentaria.
Emocionalmente, también puede traer consecuencias negativas en forma de problemas de autoestima, sentimiento de culpa, de fracaso, de falta de control… Y que consecuentemente las emociones se tornen más complicadas.
Y es que todo esto puede llevarte a vivir en un bucle complicado: me siento mal, recurro a la comida, me siento peor, recurro a más comida…
Cómo gestionar las emociones sin comida de por medio
Existen formas de empezar a gestionar tus emociones sin tener que recurrir a la comida y que esta sea nuestra única vía de escape.
Y para ello, el primer paso es ser consciente de que estamos utilizando la comida para “tragarnos” nuestras emociones.
Cuando nos paramos a pensar en lo que estamos sintiendo y creamos un espacio para observar, podemos comprender qué desencadena el impulso de comer, y solo así podremos empezar a dar los pasos necesarios para elegir cuándo hacerlo y cuándo no.
También es útil saber anticiparse y tener un plan para cuando surja la necesidad de recurrir a la comida. Por ejemplo, tener preparada una actividad para distraer la mente (como pintar, ver una serie o llamar a una persona que sepa lo que estás pasando).
Es importante también no pasar hambre y tener una regularidad de horarios en las comidas, a poder ser desayunar, comer, cenar y hacer media mañana y media tarde siempre a las mismas horas.
De esta forma tu cuerpo se mantendrá estable, y mentalmente será más fácil gestionar los pensamientos que te impulsan a comer YA.
Debes tener en cuenta que la teoría suena fácil, pero en realidad es muy complicado romper el círculo en el que nuestro cerebro asocia emociones desagradables con la necesidad de comer.
Por eso, no te frustres si no lo consigues a la primera, o tras varios intentos. Para superar este problema es fundamental comprender nuestro universo psíquico, y esto a veces requiere la ayuda de un profesional.
Porque si no atiendes al origen del malestar, seguirá creciendo y con él la necesidad de comer. La conducta alimentaria es compleja, y quizá no tienes las herramientas con las que abordarla.
Al igual que si nos rompemos un hueso no lo dudamos y vamos a un especialista, ¿por qué dudamos cuando se trata de nuestra mente y emociones?
Si estás pasando por un momento en el que recurrir a la comida es tu única opción, pide ayuda. Nosotros somos especialistas en psiconutrición y estamos al otro lado para apoyarte en tu proceso.
Margarita dice
Buena pregunta: Con el tiempo me di cuenta que no le damos la misma importancia a la mente ya las emociones por los tabúes, porque hasta hace unos dos o tres años hablar de sentimientos, emociones ect es de débil, de desquiciado, hace como un mes en una cena» familiar «,a un familiar que padece de Colón irritable, se le ocurrió decir que NUNCA TENDRÁ DEPRESIÓN, que eso es una tontería, y le dije, nunca te has preguntado de qué es tu Colón irritado? Por favor.
Silvia dice
El comentario de tu familiar me ha recordado el refrán “No hay más ciego que el que no quiere ver”
Efectivamente el colon irritable está considerado a día de hoy como un trastorno psicofisiológico.
Los mecanismos de negación nos ayudan en muchas circunstancias de la vida, si pensáramos a todas horas que nos vamos a morir sería muy difícil llevar el día a día…cierta dosis de negación nos viene bien. Pero en muchos casos empleamos mecanismos de negación para no afrontar procesos molestos, dolorosos o difíciles, así es, consciente o inconscientemente queremos hacernos creer a nosotros mismos que ese problema simplemente no existe. Pero querid@s, he de deciros que el cuerpo siempre habla…es un chivato.
Esta negación radical a todo lo que tiene que ver con problemas psicológicos (que en ocasiones se lleva al extremo de considerar que todo eso “son bobadas y solo le ocurre a gente loca, débil, tonta u ociosa.”) suele mostrarse como un escaparate social de omnipotencia que puede esconder inseguridades en la trastienda o incluso desajustes estructurales más graves.
Si buscamos explicaciones sociológicas al estigma sobre la psicología que aún coletea a día de hoy en muchas conversaciones, nuestro arraigo histórico con respecto al lugar del enfermo mental en la sociedad puede darnos un prisma más amplio para comprender dicho recelo.
Nos guste o no, nuestra percepción de la vida y en concreto de la psicología es heredara de la vida psicológica que tuvo lugar en los contextos socioculturales anteriores.
Si nos ceñimos al campo de la psiquiatría, hasta bien entrado el siglo XX las instituciones mentales eran hospicios para «locos y desamparados». Los manicomios surgieron para que las masas sociales no lincharan a las personas con trastornos mentales. En estos lugares retirados de la urbe, no se les trataba psicológicamente, ya que no eran considerados enfermos, sino raros y peligrosos.
Estos centros empezaron a cerrar a partir de la década de los 60 y los 70, dado que en ellos se vulneraban los derechos más básicos de las personas con problemas de salud mental…hacinamiento, electroshocks, lobotomías…
En España, la reforma psiquiátrica no llega hasta mediados de los años 80.
El artículo 20 de la Ley General de Sanidad, aprobada en 1986, dictaba que “la atención a los problemas de salud mental de la población se realizará en el ámbito comunitario, potenciando los recursos asistenciales a nivel ambulatorio y domiciliario”
Con esta ley se integra la salud mental en el sistema sanitario y equipara los derechos de las personas con problemas de salud mental con los del resto de usuarios del Sistema Nacional de Salud, desde ese momento se les atiende en un entorno comunitario, en centros ambulatorios de carácter abierto.
Como es bien sabido, la psicología ha estado vinculada al mundo de la salud fundamentalmente a través de su colaboración con el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades mentales.
Viendo que es una disciplina relativamente reciente en la historia de la humanidad, ir al psicólogo, aún sigue estando rodeado de cierto estigma.
La buena noticia es que hemos ido viendo mejoras en la en la última década en lo que se refiere a visibilización y concienciación social de los trastornos psicológicos. Sobre todo, durante y después de pandemia COVID 19, hemos observado cómo los códigos de los medios de comunicación han cambiado, nos han acercado las consecuencias psicológicas de un predador vírico que nos ha devastado, con el propósito de promover la salud mental.
También es muy reciente que se expongan en los medios de comunicación casos de grandes profesionales, actores, atletas o políticos que padecen algún trastorno psicológico o cuadro de síntomas, y que acuden a terapia psicológica como a cualquier otro especialista de la salud.
Por fin podemos observar cómo en conversaciones cotidianas se dice “voy al psicólogo porque tengo ansiedad” del mismo modo que “voy al digestivo porque tengo una úlcera”, síntomas o enfermedades físicas o psicológicas que padecemos a lo largo de la vida y que debemos cuidar y tratar.